En el universo del diseño de jardines, la luz es la clave que determina la armonía de colores. En las regiones bañadas por la intensa luz mediterránea, los colores vivos son los protagonistas, ya que los tonos suaves quedan diluidos en la irradiación. En contraste, en las zonas nórdicas o en jardines con sombras sutiles, los colores pastel dominan el lienzo verde, creando una suave armonía con la neblina y la sombra. No obstante, hay que tener cuidado, ya que los colores audaces pueden resultar estridentes, mientras que, en la umbría, el blanco se convierte en el único protagonista visible.
Pero el color es mucho más que una simple percepción visual; es un lenguaje emocional que puede despertar o calmar los sentidos. Los tonos cálidos, como el amarillo, el naranja y el rojo, son estimulantes y llenos de vitalidad, pero si se usan en exceso, pueden resultar exasperantes para la mirada. Por otro lado, los tonos fríos, como el azul, el violeta y el morado, tienen una cualidad sedante que puede aportar serenidad, pero sin un contraste adecuado, pueden carecer de vitalidad y resultar monótonos.
Los colores cálidos son como un abrazo visual que se acerca al espectador, pero su presencia excesiva puede encoger el espacio, mientras que los colores fríos tienen una suavidad que invita a la calma y al distanciamiento, expandiendo el entorno del jardín hacia un horizonte más amplio.
En el arte del diseño de jardines, los colores no son solo pigmentos sobre hojas, flores o cortezas de árboles y arbustos, son pinceles que pintan emociones, sonidos y sensaciones en un lienzo vivo que respira con la luz del día y descansa en la quietud de la noche.
Carmen Calvo Serrano
Ingeniero agrónomo – Experta en Diseño y Gestión de Jardines